lunes, noviembre 23

LA REINA DE LAS ABEJAS



Dos príncipes, hijos de un rey, partieron un día en busca de aventuras y se entregaron a una vida de fiestas y diversiones, sin intención de volver a su casa. El hijo tercero, al que llamaban el Bobo, se puso en camino, en busca de sus hermanos. Pero cuando por fin los encontró, éstos se burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido?
Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los animalitos corrían para poner a salvo los huevos, pero el menor dijo:
—Dejad en paz a estos animalitos; no permitiré que los molestéis.
Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos mayores querían cazar unos cuantos para asarlos, pero el menor se opuso:
—Dejad en paz a estos animales; no permitiré que los molestéis.
Llegaron ante una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan repleta de miel, que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores pensaron encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y apoderarse de la miel, pero el Bobo los detuvo, repitiendo:
—Dejad a estos animales en paz; no permitiré que los queméis.
Al cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un alma viviente. Recorrieron todas las salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, que tenía en el centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior. Dentro se veía un hombrecillo gris, sentado a una mesa. Le llamaron varias veces pero parecía no oírles; sin embargo, a la tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a una mesa ricamente puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio separado.
A la mañana siguiente se presentó el hombrecillo a despertar al mayor y lo llevó ante una mesa de piedra, en la cual estaban escritos los tres trabajos que había de cumplir para desencantar el castillo. El primero decía: «En el bosque, escondidas entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, pero si falta una sola, el que hubiere emprendido la búsqueda quedará convertido en piedra».
Salió el mayor y se pasó el día buscando entre el musgo, pero a la hora en que el sol se oculta en el horizonte no había reunido más de un centenar de perlas y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedó convertido en piedra. Al día siguiente intentó el segundo la aventura, pero no tuvo mejor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas perlas y fue transformado en piedra. Finalmente, le tocó el turno al Bobo, el cual salió a buscar las perlas de la princesa entre el musgo. Pero ¡qué difícil se hacía la búsqueda y con qué lentitud se reunían las perlas! Se sentó sobre una piedra y se puso a llorar de desesperación. Inesperadamente apareció la reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditas, y en un santiamén tuvieron todas las perlas reunidas en un montón.
El segundo trabajo era pescar del fondo del lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar el Bobo a la orilla, los patos que había salvado se acercaron nadando, se sumergieron y al poco rato volvieron a aparecer con la llave.
El tercero de los trabajos era el más difícil. De las tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y hermosa. Sin embargo, esto era muy difícil porque las tres se parecían como tres gotas de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia entre ellas. Sólo se sabía que antes de dormirse habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel. Compareció entonces la reina de las abejas, que el Bobo había salvado del fuego, y exploró la boca de cada princesa, posándose, en último lugar, en la boca de la que había comido miel, con lo cual el príncipe pudo reconocer a la verdadera.
Se rompió el encantamiento y todos despertaron recuperando su forma humana. El Bobo se casó con la princesita más joven y bella y heredó el trono a la muerte de su suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.


(Cuento de los Hermanos Grimm)


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