sábado, noviembre 7

QUIZAS EL SOLO QUERIA DARLE ANIMO


Dos hombres, ambos gravemente enfermos, ocupaban la
misma habitación de un hospital.
A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama, por una
hora y cada tarde, para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones.
Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto.
El otro hombre debía permanecer todo el tiempo en su
cama, tendido sobre su espalda.
Los hombres conversaban horas y horas. Hablaban acerca
de sus esposas y familias, de sus hogares, de sus trabajos, de su
servicio militar, de cuando estaban de vacaciones, etc.
Y cada tarde, en la cama cercana a la ventana, el hombre
que podía sentarse se pasaba el tiempo describiéndole a su compañero
de cuarto el paisaje que él podía ver desde allí.
El hombre de la otra cama comenzaba a vivir, en esos pequeños
intervalos de una hora, como si su mundo se agrandara
y reviviera por toda la actividad y el color del mundo exterior.
Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas
nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes
enamorados caminaban abrazados entre flores de todos
los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles adornaban el
paisaje, y una ligera vista del horizonte de la ciudad podía divisarse
a la distancia.
Como el hombre de la ventana describía todo esto con exquisitez
de detalles, el hombre de la otra cama podía cerrar sus
ojos e imaginar tan pintorescas escenas.
Una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por ahí. A pesar de que el hombre
no podía escuchar a la banda, sí podía ver todo en su mente,
pues el caballero de la ventana le describía todo con palabras
muy descriptivas. Días y semanas pasaron.
Un día, cuando la enfermera de mañana llega a la habitación
llevando agua para el aseo de cada uno de ellos, descubre
el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, el mismo que había
muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella
se entristeció mucho y llamó a los auxiliares del hospital para
trasladar el cuerpo.
Tan pronto como creyó conveniente, el otro hombre preguntó
si podía ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera
estaba feliz de realizar el cambio; luego de estar segura de que
estaba confortablemente instalado, ella le dejó solo.
Lenta y dolorosamente se incorporó, apoyado en uno de sus
codos, para tener su primera visión del mundo exterior.
Finalmente, iba a tener la dicha de verlo por sí mismo. Se
estiró para, lentamente, girar su cabeza y mirar por la ventana
que estaba junto a la cama. Sólo había un gran muro blanco. Eso
era todo.
El hombre preguntó a la enfermera qué pudo haber obligado
a su compañero de cuarto a describir tantas cosas maravillosas
a través de la ventana. La enfermera le contestó que ese hombre
era ciego y que, por ningún motivo, él podía ver esa pared.
Ella dijo:
—Quizás él solamente quería darle ánimo.


(Autor Desconocido)