Resulta que en una montaña del sur vivía un
señor Chuncho al cual los otros pájaros llamaban Buscacamino.
No creas tú que lo llamaban así por sus grandes ojos, relucientes como esos
focos que encienden por la noche los autos
para encontrar la ruta extraviada. No. Le dieron ese sobrenombre a raíz
de un gran servicio que les prestara. Pero antes debo advertirte que hasta ese
momento nadie quería al señor Chuncho. Este no hacía otra cosa que augurar
calamidades
--Usted se va a enfermar... Ya le había dicho que
chocaría contra ese árbol... Dése cuenta de que tiene
el moquillo... Mañana vendrá el Peuco.
Con estas frases nada alegres, desde que
anochecía hasta el alba presagiaba desgracias. Y resultaba que nadie gustaba
de su compañía en la montaña, como ya te dije, y como era lógico.
Y aunque las señoras Cachañas son muy amigas
de la sociedad y del comadreo y a los señores Pidenes les encantan los
corrillos, no querían tampoco relacionarse
con el señor Chuncho, y el
pobre terminó por andar completamente solo, mejor dicho, terminó por irse todas
las noches a un alto roble que dominaba la montaña entera, quedándose allí
melancólica-mente, muy correcto en su chaqué, diciendo a toda voz sus
vaticinios para tener siquiera en el amable Eco alguien que le respondiera.
Pero resulta que una vez, en una primavera
muy fría y muy llena de heladas y de neblinas y de lluvias, en una de esas
primaveras en que parece que el invierno no quiere irse, los pobres pájaros,
ateridos por el Viento que bajaba furioso de la cordillera, vieron un día que
la neblina se espesaba en tal forma que la poca luz que dejaban pasar las nubes
vestidas de luto se iba perdiendo y que a media tarde se formaba una noche
llena de miedos y de sobresaltos, porque todos los pájaros andaban lejos de sus
nidos, buscando algo que comer. Y piaban desesperadamente, llamándose unos a
otros, buscando los papás a las mamás y ambos a sus hijitos. Y como nadie encontraba
a nadie, sólo se escuchaba en la montaña
un solo piar lloroso.
Mientras tanto, el señor Chuncho había
despertado y después de dar varios bostezos, de estirar las alas y de rascarse
un poco --como es de rigor al salir de un buen sueño--, puso atención a lo que
los pájaros decían entre desolados
sollozos:
--¡Periquito!
¡Periquito!
--¿Has visto a mi Tío Agustín?
--¡Jesús! ¡Jesús!
--¡Aquí! ¡Aquí!
--¡Allí! ¡Allí!
Era para volverse loco.
Pero el señor Chuncho no se afligió con tanto
grito ni con tanta confusión. Se puso las botas y el impermeable, y con su paso
de grave notario salió de la casa, dejando la puerta bien cerrada para evitar
robos. Guardó la llave en el bolsillo de atrás del pantalón y realizado ese
gesto precautorio se fue de un vuelo hasta "el árbol de enfrente",
donde una señora Diuca lloraba a
mares llamando a su marido.
Con los ojos bien abiertos y bien brillantes
en la obscuridad, el señor Chuncho le fue alumbrando
el camino una vez que averiguó dónde vivía. La dejó en su casa, arropada
y
tranquila, yéndose en seguida a otro árbol, donde una señorita Cachaña
gritaba
como si la estuvieran matando, rodeada
de sus hermanas, que ya no gritaban, porque se habían quedado roncas. Y
las llevó a su casa, donde papá Choroy y mamá Cachaña estaban rezando
una letanía para que
San Cristóbal les trajera con bien a casa.
Y en esta forma, auxiliando a unos y a otros,
el señor Chuncho loará poner orden en la montaña y que cada cual llegara sano y
salvo a su domicilio. Tan atareado estaba que olvidó sus anuncios de
calamidades.
Desde entonces, los pájaros de la montaña
tienen por el señor Chuncho un
gran afecto y le llaman cariñosamente Buscacamino, y,
aunque él siga presagiando todos los males, lo oyen con gran cortesía
y hasta suelen contestarle con
algún monosílabo. Claro es que en la mayoría
de los casos están pensando en
otra cosa, pero como el señor Chuncho no lo sabe, se considera el más
feliz de los habitantes de la montaña.
Esta es la historia del señor Chuncho, a
quien sus compañeros llaman Buscacamino.
( Fuente: Cuentos para Marisol. Obras Completas de Marta Brunet.
Santiago, Zig-Zag, 1962.
Pp. 307.)