sábado, noviembre 24
viernes, noviembre 16
BIOGRAFIA: THOMAS ALBA EDISON
Thomas Alva Edison, el menor de cuatro hermanos, nació
el 11 de febrero de 1847, en Milan, una pequeña población de Ohio en la
que se había establecido su padre, Samuel Edison, seis años antes. Su
padre tuvo que abandonar precipitadamente Canadá a consecuencia de una
rebelión contra los ingleses en la que tomó parte y que terminó en
fracaso. Marginada por el ferrocarril, la actividad en Milan fue
disminuyendo poco a poco, y la crisis afectó a la familia Edison, que
tuvo que emigrar de nuevo a un lugar más próspero cuando su hijo Thomas
ya había cumplido la edad de siete años.
El nuevo lugar de residencia fue Port Huron, en
Michigan, donde el futuro inventor asistió por primera vez a la escuela.
Fue ésa una experiencia muy breve: duró sólo tres meses, al cabo de los
cuales fue expulsado de las aulas, alegando su maestro la falta
absoluta de interés y una torpeza más que manifiesta, comportamientos
éstos a los que no era ajena una sordera parcial que contrajo como
secuela de un ataque de escarlatina. Su madre, Nancy Elliot, que había
ejercido como maestra antes de casarse, asumió en lo sucesivo la
educación del joven benjamín de la familia, tarea que desempeñó con no
poco talento, ya que consiguió inspirar en él aquella curiosidad sin
límites que sería la característica más destacable de su carrera a lo
largo de toda su vida.
Cumplidos los diez años, el pequeño Thomas instaló su
primer laboratorio en los sótanos de la casa de sus padres y aprendió él
solo los rudimentos de la química y la electricidad. Pero a los doce
años, Edison se percató además de que podía explotar no sólo su
capacidad creadora, sino también su agudo sentido práctico. Así que, sin
olvidar su pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano
ganar dinero contante y sonante materializando alguna de sus buenas
ocurrencias.
Su primera iniciativa fue vender
periódicos y chucherías en el tren que hacía el trayecto de Port Huron a
Detroit. Había estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban
ávidos de noticias. Edison convenció a los telegrafistas de la línea
férrea para que expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones
breves titulares sobre el desarrollo de la contienda, sin olvidar
añadir al pie que los detalles completos aparecían en los periódicos;
esos periódicos los vendía el propio Edison en el tren y no hay que
decir que se los quitaban de las manos.
Al mismo
tiempo, compraba sin cesar revistas científicas, libros y aparatos, y
llegó a convertir el vagón de equipajes del convoy en un nuevo
laboratorio. Aprendió a telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio y de
segunda mano una prensa de imprimir, comenzó a publicar un periódico
por su cuenta, el Weekly Herald. Una noche, mientras se encontraba
trabajando en sus experimentos, un poco de fósforo derramado provocó un
incendio en el vagón. El conductor del tren y el revisor consiguieron
apagar el fuego y seguidamente arrojaron por las ventanas los útiles de
imprimir, las botellas y los mil cacharros que abarrotaban el furgón.
Todo el laboratorio y hasta el propio inventor fueron a parar a la vía.
Así terminó el primer negocio de Thomas Alva Edison.
El
joven Edison tenía sólo dieciséis años cuando decidió abandonar el
hogar de sus padres. La población en que vivía le resultaba ya demasiado
pequeña. No faltándole iniciativa, se lanzó a la búsqueda de nuevos
horizontes. Por suerte, dominaba a la perfección el oficio de
telegrafista, y la guerra civil había dejado muchas plazas vacantes, por
lo que, fuese donde fuese, le sería fácil encontrar trabajo.
Durante
los siguientes cinco años Edison llevó una vida errante, de pueblo en
pueblo, con empleos ocasionales. Se alojaba en sórdidas pensiones e
invertía todo cuanto ganaba en la adquisición de libros y de aparatos
para experimentar, desatendiendo totalmente su aspecto personal. De
Michigan a Ohio, de allí a Indianápolis, luego Cincinnati, y unos meses
después Memphis, habiendo pasado antes por Tennessee.
Su
siguiente trabajo fue en Boston, como telegrafista en el turno de
noche. Llegó allí en 1868, y poco después de cumplir veintiún años pudo
hacerse con la obra del científico británico Michael Faraday Experimental Researches in Electricity,
cuya lectura le influyó muy positivamente. Hasta entonces, sólo había
merecido la fama de tener cierto don mágico que le permitía arreglar
fácilmente cualquier aparato averiado. Ahora, Faraday le proporcionaba
el método para canalizar todo su genio inventivo. Se hizo más ordenado y
disciplinado, y desde entonces adquirió la costumbre de llevar encima
un cuaderno de notas, siempre a punto para apuntar cualquier idea o
hecho que reclamara su atención.
Convencido de que su
meta profesional era la invención, Edison abandonó el puesto de trabajo
que ocupaba y decidió hacerse inventor autónomo, registrando su primera
patente en 1868. Se trataba de un contador eléctrico de votos que
ofreció al Congreso, pero los miembros de la cámara calificaron el
aparato de superfluo. Jamás olvidó el inventor estadounidense esta
lección: un invento, por encima de todo, debía ser necesario.
Sin un real en el bolsillo, Edison llegó a Nueva York en
1869. Un amigo le proporcionó alojamiento en los sótanos de la Gold
Indicator Co., oficina que transmitía telegráficamente a sus abonados
las cotizaciones de la bolsa neoyorquina. Al poco de su llegada, el
aparato transmisor se averió, lo que provocó no poco revuelo, y él se
ofreció voluntariamente a repararlo, lográndolo con asombrosa facilidad.
En recompensa, se le confió el mantenimiento técnico de todos los
servicios de la compañía.
Pero como no le
interesaban los empleos sedentarios, aprovechó la primera ocasión que se
le presentó para trabajar de nuevo por su cuenta. Muy pronto recibió un
encargo de la Western Union, la más importante compañía telegráfica de
entonces. Se le instaba a construir una impresora efectiva de la
cotización de valores en bolsa. Su respuesta a este reto fue su primer
gran invento: el Edison Universal Stock Printer. Le ofrecieron por el
aparato 40.000 dólares, cantidad que le permitió por fin sentar la
cabeza. Se casó en 1871 con Mary Stilwell, con la que tuvo dos hijos y
una hija, e instaló un taller pequeño pero bien equipado en Newark,
Nueva York, en el que continuó experimentando en el telégrafo en busca
de nuevos perfeccionamientos y aplicaciones. Su mayor contribución en
ese campo fue el sistema cuádruple, que permitía transmitir cuatro mensajes telegráficos simultáneamente por una misma línea, dos en un sentido y dos en otro.
El laboratorio de Menlo Park
Bien
pronto se planteó Edison la construcción de un verdadero centro de
investigación, una «fábrica de inventos», como él lo llamó, con
laboratorio, biblioteca, talleres y viviendas para él y sus
colaboradores, con el fin de realizar no importa qué investigaciones,
mientras fuesen prácticas, ya fueran por encargo o por puro interés
personal. Los recursos económicos no le faltaban y las proporciones de
sus proyectos se lo exigían. Buscó un lugar tranquilo en las afueras de
Nueva York hasta que encontró una granja deshabitada en el pueblecito de
Menlo Park. Fue el lugar elegido para construir su nuevo cuartel
general, el primer laboratorio de investigaciones del mundo, de donde
habrían de salir inventos que cambiarían las costumbres de buena parte
de los habitantes del planeta.
Se instaló allí en
1876 (tenía entonces veintiocho años), e inmediatamente se puso a
trabajar. La búsqueda de un transmisor telefónico satisfactorio reclamó
su atención. El inventado por Alexander G. Bell, aunque teóricamente
bien concebido, generaba una corriente tan débil que no servía para
aplicaciones generales. Sabía que las partículas de grafito, según se
mantuvieran más o menos apretadas, influían sobre la resistencia
eléctrica, y aplicó esta propiedad para crear un dispositivo que
amplificaba considerablemente los sonidos más débiles: el micrófono de
gránulos de carbón, que patentó en 1876.
Era habitual en Edison que un trabajo le llevase a otro,
y el caso anterior no fue una excepción. Mientras trataba de
perfeccionar el teléfono de Bell observó un hecho que se apresuró a
describir en su cuaderno de notas: «Acabo de hacer una experiencia con
un diafragma que tiene una punta embotada apoyada sobre un papel de
parafina que se mueve rápidamente. Las vibraciones de la voz humana
quedan impresas limpiamente, y no hay duda alguna que podré recoger y
reproducir automáticamente cualquier sonido audible cuando me ponga a
trabajar en ello». Liberado, pues, del teléfono, había llegado el
momento de ocuparse del asunto. Un cilindro, un diafragma, una aguja y
otros útiles menores le bastaron para construir en menos de un año el
fonógrafo, el más original de sus inventos, un aparato que reunía bajo
un mismo principio la grabación y la reproducción sonora.
El
propio Edison quedó sorprendido por la sencillez de su invento, pero
pronto se olvidó de él y pasó a ocuparse del problema del alumbrado
eléctrico, cuya solución le pareció más interesante. «Yo proporcionaré
luz tan barata -afirmó Edison en 1879- que no sólo los ricos podrán
hacer arder sus bujías.» La respuesta se encontraba en la lámpara de
incandescencia. Se sabía que ciertos materiales podían convertirse en
incandescentes cuando en un globo privado de aire se les aplicaba
corriente eléctrica. Sólo restaba encontrar el filamento más adecuado.
Es decir, un conductor metálico que se pudiera calentar hasta la
incandescencia sin fundirse, manteniéndose en este estado el mayor
tiempo posible.
Antes que Edison, muchos otros
investigadores trabajaron en esta dirección, pero cuando él se incorporó
lo hizo sin regatear esfuerzo alguno. Trabajó con filamentos de las más
distintas especies: platino, que desestimó por caro, carbón, hollín y
otros materiales, e incluso envió a sus colaboradores al Japón, a
América del Sur y a Sumatra para reunir distintas variedades de fibras
vegetales antes de escoger el material que juzgó más conveniente. La
primera de sus lámparas estuvo lista el 21 de octubre de 1879. Se
trataba de una bombilla de filamento de bambú carbonizado, que superó
las cuarenta horas de funcionamiento ininterrumpido. La noticia del
hecho hizo caer en picado las acciones de las compañías de alumbrado de
gas.
En años sucesivos, Edison se ocupó en mejorar su
bombilla, y fue esta actividad la que le llevó hacia el único de sus
descubrimientos que pertenece a una área estrictamente científica.
Ocurrió en 1883, mientras trataba de averiguar por qué su lámpara de
incandescencia se ennegrecía con el uso. En el transcurso de tales
investigaciones, el prolífico inventor presenció la manifestación de un
fenómeno curioso: la lámpara emitía un resplandor azulado cuando era
sometida a ciertas condiciones de vacío y se le aplicaban determinados
voltajes. Edison averiguó que tal emisión luminosa estaba provocada por
la inexplicable presencia de una corriente eléctrica que se establecía
entre las dos varillas que sostenían el filamento de la lámpara, y
utilizó dicho fenómeno, que recibió su nombre, para concebir un contador
eléctrico cuya patente registró en 1886.
De hecho,
Edison pudo haber dado aquí el paso de la electrotecnia a la
electrónica. No supo, sin embargo calibrar la importancia del
descubrimiento Su método, más próximo al «ensayo y error» que a la
deducción científica, se lo impidió. Hubo que esperar a que el ingeniero
británico John A. Fleming, un tecnólogo de sólida formación científica,
diera el paso en 1897 cuando logró, tras discretas modificaciones,
transformar el contador eléctrico de Edison en la válvula de vacío, el
primero de una larga serie de dispositivos eléctricos que dieron origen a
una nueva era tecnológica.
Más de un millar de inventos
En
1886, dos años después de que falleciera su esposa, Edison se casó con
Mina Miller, mujer de carácter fuerte, hija de un rico industrial de
Akran, Ohio, cuya influencia sobre su excéntrico marido se hizo notar,
ya que consiguió hacer de él una persona más sociable. El matrimonio
tuvo tres hijos, uno de los cuales, Charles, se dedicó a la política,
llegando a convertirse en gobernador del estado de Nueva Jersey.
Al
año de casarse, Edison trasladó su laboratorio de Menlo Park, a la
sazón pequeño, a West Orange, Nueva Jersey. Creó allí un gran centro
tecnológico, el Edison Laboratory (hoy monumento nacional), en torno al
cual levantó numerosos talleres, que daban trabajo a más de cinco mil
personas.
La electricidad continuó absorbiendo la mayor parte de
su tiempo, pues se ocupaba de todos los aspectos relativos a su
producción y distribución. No con mucha suerte, sin embargo, ya que
cometió un grave error al insistir en el sistema de corriente continua
cuando existían razones de peso en favor de la corriente alterna. Edison
se interesó también por muchos otros sectores industriales: la
producción de cemento y de materias químicas, la separación
electromagnética del hierro y la fabricación de baterías y acumuladores
para automóviles fueron algunos de sus preferidos.
Su último gran invento fue el Kinetograph,
cuya patente registró en 1891. Se trataba de una rudimentaria cámara de
cine que incluía, sin embargo, un ingenioso mecanismo para asegurar el
movimiento intermitente de la película. En 1894 Edison abrió el
Kinetoscope Parlor en Broadway, Nueva York, donde un solo espectador se
sentaba frente a una mirilla en una cabina de madera para ver la
película, que se iluminaba desde atrás por una lámpara eléctrica. Aunque
el Kinetoscope Parlor despertó inmediatamente la atención como
atracción de feria, Edison no creyó nunca que fuese importante encontrar
algún sistema de proyección para mayores auditorios, lo que le impidió
dar el paso definitivo al cinematógrafo de los hermanos Lumière.
La actividad de este genial inventor se prolongó más allá de cumplidos
los ochenta años, completando la lista de sus realizaciones tecnológicas
hasta totalizar las 1.093 patentes que llegó a registrar en vida. La
arteriosclerosis, sin embargo, fue minando la salud de este inquieto
anciano, cuyo fallecimiento tuvo lugar el 18 de octubre de 1931, en West
Orange, Nueva Jersey.
( Fuente: biografiaasyidas.com )
viernes, noviembre 9
DIA INTERNACIONAL DEL INVENTOR
La vida sería mucho más difícil si los grandes genios de la inventiva no se hubieran sacado de sus chisteras creativas tantos y tantos inventos útiles. A todos ellos, y a los que estén por llegar, les
recordamos con motivo del Día del Inventor Internacional.
El Día del Inventor Internacional se celebra cada 9
de noviembre en honor de la actriz, ingeniera e inventora austriaca Hedy Lamarr. Nacida en la citada fecha, a ella se le atribuye la creación del espectro ensanchado, una técnica de modulación empleada en telecomunicaciones.
De origen judío, Hedy Lamarr no solo fue una
inventora afamada, sino que para muchos ha pasado a la historia también como la mujer más bella del cine. Guapa e inteligente, lo que le llevó a
afirmar lo siguiente: “Tengo que dejar de casarme con hombres que se sientan inferiores a mí. En algún lugar debe haber un hombre que pueda
casarse conmigo sin sentirse inferior. Necesito un hombre inferior superior”.
Entre otros objetivos, el Día del Inventor Internacional trata de promocionar la inventiva, aunque no en todos los países se celebra el mismo día ni homenajea a la misma persona. Por ejemplo en Argentina tiene lugar el 29 de septiembre en recuerdo del inventor del bolígrafo, Ladislao José Biro; y en EEUU el Día de los Inventores Nacionales es 11 de febrero, aniversario del nacimiento de Thomas Alva Edison.
( Fuente: donalia.com )
LEYENDA DE LA MATRIOSKA
El
viejo Seguei había nacido al sur de la ribera oriental del Volga,
cerca de la región del Caúcaso. Había dedicado su vida a transformar
la madera. Fabricaba desde muebles a hermosos juguetes, caballos de
cartón y móviles, pasando por silbatos tallados y hasta instrumentos
musicales. Cada semana, salía a recoger la madera necesaria para sus
jornadas de trabajo. La seleccionaba de forma precisa, y de una sola
ojeada sabía para qué podría ser utilizada.
Aquella
noche había caído una abundante nevada. Sin embargo, cuando los
primeros rayos de sol comenzaron a despertar, y pese al frío que
helaba hasta el aliento, Seguei salió de la cabaña y recorrió
lentamente el camino hacia el bosque. Pero no
encontró más que pequeños maderos y troncones que, como mucho, le
servirían para azuzar la estufa de la casa. Aquel no parecía que fuera
a ser un día productivo porque los empleados de los grandes
aserraderos no habían dejado ningún tronco olvidado o podrido.
De
pronto, en un claro del bosque, el viejo Serguei se fijó en un montón
de nieve que sobresalía en el llano. Se acercó pensando que se
trataría de un animal agazapado y al agacharse vio el más hermoso de
los troncos que nunca antes había recogido. La madera, blanquecina,
parecía brillar bajo los primeros rayos, y del grueso del tronco
surgía un halo de vida, casi tan intenso como el de los oseznos al
nacer.
Serguei
cogió con todas sus fuerzas el tronco en sus manos y lo llevó a casa.
Pero, así, con aquella fuerza que desprendía, el viejo Serguei no
sabía qué fabricar con él. Debía ser, sin duda, algo muy especial.
Durante
los siguientes dos días, con sus respectivas noches, Serguei no podía
comer, ni dormir, ni trabajar. Tal era su obsesión por aquel tronco.
Finalmente,
una mañana, cuando había caído rendido por el cansancio, despertó y
decidió, sin más, que fabricaría una muñeca. Aquel mismo día puso el
tronco sobre la mesa de trabajo y empezó a tallarla suave y
delicadamente. El trabajo, arduo, duró más de una semana, y cuando la
terminó se sintió tan orgulloso de su obra que decidió no ponerla en
venta y la guardó consigo, para que lo acompañara en su soledad. Le puso
por nombre Matrioska.
Cada mañana se levantaba y la saludaba cortésmente antes de iniciar sus tareas:
-Buenos días, Matrioska.
Un día tras otro repetía la misma cantinela, hasta que, de pronto, una mañana, un tenue susurro le respondió:
-Buenos días, Serguei.
El viejo Serguei se quedó tremendamente impresionado y repitió:
-Buenos días, Matrioska...
-Buenos días, Serguei -le contestó la muñeca, en un hilo de voz.
Maravillado,
se acercó a la muñeca para comprobar que era ella quien hablaba y no
sus viejos oídos los que le jugaban una mala pasada y, desde aquel
día, vio acompañada su soledad por la pequeña Matrioska, que era un
pozo de palabras y risas, y lo distraía y alegraba en su trabajo
diario. Eso sí, Matrioska sólo hablaba cuando los dos, carpintero y
muñeca, estaban solos.
Una
mañana Matrioska despertó muy triste. Serguei, que no tenía un pelo
de tonto, había venido observando la tristeza en los ojos de la muñeca
desde hacía varias semanas. Tras mucho rogarle, Matrioska, un poco
avergonzada, le explicó que ella veía cada día por la ventana a los
pájaros con sus crías, a los osos con sus oseznos, y hasta a las
orugas que parecían verse perseguidas por millones de oruguitas que se
enganchaban unas a otras formando una gran cordada...
-Incluso tú -apuntó Matrioska- tú me tienes a mí, pero yo también querría tener una hija.
-Pero entonces -respondió Serguei- tendría que abrirte y sacar la madera de dentro de ti, y sería doloroso y nada fácil.
-Ya sabes que en la vida las cosas importantes siempre suponen pequeños sacrificios -respondió la dulce Matrioska.
Y
así fue como el viejo Seguei abrió a Matrioska y extrajo
cuidadosamente la madera de su interior para hacer una muñeca, casi
gemela, pero un poco más pequeña, a la que llamó Trioska. Desde aquel
día, cada mañana, al levantarse, saludaba:
-Buenos días, Matrioska; buenos días, Trioska.
-Buenos días, Serguei -respondían ellas al unísono.
Ocurrió
que también Trioska sintió la necesidad de ser madre. De modo que el
viejo Serguei extrajo la madera de su interior y fabricó una muñeca aún
más pequeña, a la que puso por nombre Oska. Al cabo de un tiempo también
Oska quería tener su propia hija, pero al abrirla Serguei se dio cuenta
de que sólo quedaba un mínimo pedazo de madera, tan blanca como el
primer día, pero del tamaño de un garbanzo. Sólo una muñeca más podría
fabricarse. Entonces el viejo Serguei tuvo una gran idea. Fabricó un
pequeño muñeco, y antes de terminarlo, le dibujó unos enormes bigotes y
lo puso ante el espejo
diciéndole:
-Mira Ka,... tú tienes bigotes. Eres un hombre, o sea, recuerda que no puedes tener un hijo o una hija de dentro de ti.
Después
abrió a Oska. Puso a Ka dentro de Oska. Cerró a Oska, abrió a
Trioska. Puso a Oska dentro de Trioska. Cerró a Trioska, abrió a
Matrioska. Puso a Trioska dentro de Matrioska y cerró a Matrioska.
|
Un día Matrioska desapareció y nunca la han vuelto a encontrar. Estará en alguna tienda de antigüedades o en la estantería de alguna vieja librería. Si la encuentran no duden nunca en darle el mayor cariño, porque ella no dudó en hacer el mayor de los sacrificios por alcanzar algo tan importante como la maternidad.
(Anónimo ruso).
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