Trompo de siete colores
sobre el patio de la escuela,
donde la tarde esparcía
sonrisas de madreselvas,
donde crecían alegres
cogollos de yerbabuena,
trompo de siete colores,
mi corazón te recuerda.
Bailabas mirando al cielo,
clavada la púa en tierra.
Fingías dormir inmóvil
y dabas y dabas vueltas,
y florecida en ti mismo
danzaba la primavera
porque tu cuerpo lucía
pinturas de flores nuevas.
Pedazo de alma fragante
de los peumos de mi tierra,
que parecías un huaso
llevando manta chilena;
al son de tu propia música
–bordoneo de vihuela-
cuando te hallabas cucarro
sabías bailar la cueca.
Arco iris, choapino,
maestro de la pirueta,
elefante diminuto,
caballito de madera;
al huir de nuestras manos
que te ceñían la cuerda
en la pista semejabas
un carrusel de banderas.
Trompo de siete colores,
mi corazón te recuerda,
y en su automóvil de sueños
a contemplarte regresa.
¡Y qué suavidades tiene
la ruta que el alma inventa
para volver a su infancia
que se quedó en una aldea!
sobre el patio de la escuela,
donde la tarde esparcía
sonrisas de madreselvas,
donde crecían alegres
cogollos de yerbabuena,
trompo de siete colores,
mi corazón te recuerda.
Bailabas mirando al cielo,
clavada la púa en tierra.
Fingías dormir inmóvil
y dabas y dabas vueltas,
y florecida en ti mismo
danzaba la primavera
porque tu cuerpo lucía
pinturas de flores nuevas.
Pedazo de alma fragante
de los peumos de mi tierra,
que parecías un huaso
llevando manta chilena;
al son de tu propia música
–bordoneo de vihuela-
cuando te hallabas cucarro
sabías bailar la cueca.
Arco iris, choapino,
maestro de la pirueta,
elefante diminuto,
caballito de madera;
al huir de nuestras manos
que te ceñían la cuerda
en la pista semejabas
un carrusel de banderas.
Trompo de siete colores,
mi corazón te recuerda,
y en su automóvil de sueños
a contemplarte regresa.
¡Y qué suavidades tiene
la ruta que el alma inventa
para volver a su infancia
que se quedó en una aldea!
( Autor: Alejandro Galaz )
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