Cuando aún no habían llegado hasta estas tierras los hombre blancos,
vivían en la región del Lago Llanquihue varias tribus de indígenas que
se dedicaban más a la embriaguez que al trabajo. Un genio maléfico, el
Pillán, había repartido sus secuaces entre esos indígenas para hacerles
toda clase de males. En las noches esas comarcas presentaban un aspecto
pavoroso: grandes llamaradas que salían de los cráteres iluminaban el
cielo con fulgores de fuego. Las montañas vecinas parecía que ardían y
las inmensas quebradas que circundaban el Osorno y el Calbuco aparecían
como bocas del mismo infierno.
Cuando los pobre indios, inspirados por
los buenos genios se dedicaban al trabajo y labraban la tierra, el gran
Pillán hacía estallar los volcanes y temblar la tierra. El Pillán odiaba
el trabajo y la virtud y por esto se enfurecía cuando los indios
abandonaban los vicios.
Se decía que para vencer al Pillán había que
arrojar al cráter del Osorno una hoja de canelo y que entonces empezaría
a caer del cielo tanta nieve que concluiría por cerrar el cráter,
dejando prisionero al Pillán. Pero los indios no podían llegar al
cráter, porque se lo impedían las inmensas quebradas que rodean los
volcanes.
Un día en que los desesperados indios estaban celebrando un
gran machitún, apareció entre ellos un indio viejo, que nadie supo quién
era y que pidiendo permiso para hablar dijo: Para llegar al cráter es
necesario que sacrifiquéis a la virgen más hermosa de la tribu. Debéis
arrancarle el corazón y colocarlo en la punta del Pichi Juan, tapado con
una rama de canelo. Veréis entonces que vendrá un pájaro del cielo, se
comerá el corazón y después llevará la rama de canelo y elevando el
vuelo la dejará caer en el cráter del Osorno.
Una asamblea compuesta de
los indios más viejos de la tribu resolvió que la más virtuosa de las
vírgenes era Licarayén, la hija menor del cacique, hermosa joven que
unía a una belleza extraordinaria un alma más blanca que los pétalos de
la flor de la quilineja. Temblando llevó el mismo cacique la noticia del
próximo sacrificio a su hija. No llores -le respondió ella- muero
contenta, sabiendo que mi muerte aliviará las amarguras y dolores de
nuestra valerosa tribu. Sólo pido un favor: que para matarme no usen
vuestras hachas ni lanzas. Quiero que me maten con perfumes de las
flores que han sido el único encanto de mi vida, y que sea el toqui
Quiltrapique quien me arranque el corazón. Y así se hizo.
Al día
siguiente, cuando el sol empezaba a aparecer, un gran cortejo acompañó a
Licarayén al fondo de una quebrada, donde el toqui tenía preparado un
lecho con las más perfumadas flores que había encontrado en los prados y
bosques. Llegó Licarayén y sin queja ni protesta alguna se tendió sobre
aquel lecho de olores que había de transportar su alma a la eternidad.
Cuando la tarde tendió su manto gris sobre la llanura y enmudeció el
último pajarillo, la virgen exhaló el postrer suspiro. Se adelantó el
toqui y más pálido que la misma muerte se arrodilló a su lado y con mano
temblorosa rasgó el núbil pecho de la virgen, arrancó el corazón, y
siempre silencioso, con paso vacilante, fue a depositarlo en manos de
cacique. Volvió después el toqui adonde se encontraba la virgen y sin
proferir una queja se atravesó el pecho con su lanza.
El más fornido de
los mancebos fue encargado de llevar el corazón y la rama de canelo a la
cima del cerro Pichi Juan, que eleva su cono agudo donde termina el
llano. Y he aquí que apenas el mancebo había colocado el corazón y la
rama de canelo en la roca más alta del Pichi Juan, apareció en el cielo
un enorme cóndor, que bajando en raudo vuelo, de un bocado se engullo el
corazón y arrancando la rama de canelo emprendió el vuelo hacia el
cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba enormes haces de fuego.
Dio el cóndor, en vuelo espiral, tres vueltas por la cumbre del volcán y
después de una súbita bajada, dejó caer dentro del cráter la rama
sagrada. En el mismo momento aparecieron en el cielo negras nubes y
empezó a caer sobre los volcanes una lluvia de plumillas de nieves que a
los rojos fulgores de las llamas del cráter parecía lluvia de oro. Y
llovió nieve; días, semanas, años enteros. Así se formaron los lagos
Llanquihue, Todos los Santos y Chapo.
Por más esfuerzos que hizo el
Pillán, no pudo librarse de quedar prisionero dentro del Osorno, de
donde ahora no puede salir para volver a sus malandanzas; pero no por
eso deja de estar trabajando por recobrar su libertad, el día en que los
habitantes del lago abandonen sus virtudes para entregarse a los
vicios. Ese día, la nieve que mantiene prisionero al Pillán se derretirá
y temblará la tierra, y el fuego y la ceniza destruirán todo el trabajo
de los hombres.
( Fuente: Leyenda mapuche, narrada por Eduardo Ide, adaptación. Artista Visual: Cristobal Segura ) )
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